Quiero entender qué es la ansiedad.
Como ya comenté en la anterior entrada, la ansiedad es, en muchas circunstancias, una respuesta normal que se produce cuando una persona percibe una posible amenaza. Su función es protegernos de dicha amenaza, haciendo que evitemos la situación o luchemos contra ella.
Nuestro actual mecanismo de defensa es heredero del que como especie hemos ido desarrollando a lo largo de miles de años de evolución.
Si hacemos un viaje al pasado y nos remontamos a millones de años atrás, concretamente a hace cinco millones y medio de años, surgieron los primeros homínidos, nuestros antecesores. A lo largo del tiempo, fueron desarrollándose especies que quizás te resultan familiares como Homo Habilis, homo erectus… hasta llegar al Homo sapiens, a la que pertenecemos y que surgió hace aproximadamente doscientos mil años.
Este hecho es importante porque es calcula que la evolución de nuestro cerebro ocurrió hace unos cien mil años, cuando estábamos en el Paleolítico.
Los peligros a los que estaban expuestos nuestros antepasados estaban ligados a la supervivencia y a funciones primarias de lucha y huida (competir contra otros humanos, correr, pelear, esconderse…).
Todas estas acciones, requerían de una activación de nuestro sistema con el intento de protegernos. ¿Y qué ha conseguido principalmente que sigamos vivas? El miedo.
Y el estrés es la respuesta natural asociada al miedo que el organismo activa ante una amenaza y que nos ayuda a responder de la mejor manera posible ante el desafío o peligro.
A día de hoy, aunque los peligros a los que nos enfrentamos son sumamente diferentes, las respuestas no han cambiado tanto.
La ansiedad es un mecanismo adaptativo de superviviencia, que hace que aumente la actividad mental para tomar la mejor solución ante el desafío, mejora la capacidad y la velocidad de decisión haciéndonos reaccionar rápido ante la amenaza sin pensarlo mucho y aumenta la atención (Caser y Teller, 2021)
¿Cómo se siente la ansiedad? Sintomatología de la ansiedad
Cada persona siente la ansiedad y su sintomatología de forma específica, pero existen algunos indicadores generales
¿Cuáles son los síntomas de la ansiedad?
Si esta sintomatología te resulta familiar, es importante que puedas solicitar ayuda profesional para aprender más sobre tu respuesta ansiosa y poder manejarte con ella.
¿Cómo funciona la ansiedad? Ansiedad y sistema nervioso
El sistema encargado de coordinar dicha activación motora y todos los cambios físicos que supone es el Sistema Nervioso Autónomo (SNA), también conocido como Sistema Nerviosos Vegetativo. Conozcámoslo un poco mejor antes de detallar la respuesta de lucha-huida.
El SNA forma parte del sistema nervioso periférico. Es un sistema involuntario que se encarga de regular funciones tan importantes como la digestión, la circulación sanguínea, la respiración y el metabolismo.
Entre sus acciones están: el control de la frecuencia cardíaca, la contracción y dilatación de vasos sanguíneos, la contracción y relajación del músculo liso en varios órganos, la acomodación visual, el tamaño pupilar y secreción de glándulas exocrinas y endocrinas.
El sistema nervioso autónomo se divide en dos subsistemas que tienen funciones diferentes:
- El sistema nervioso simpático: se encarga de preparar al cuerpo para la acción y la producción de la energía que necesita. Para ello libera dos productos químicos (la adrenalina y la noradrenalina), que desencadenan una respuesta completa, es decir, se experimentan todos los síntomas que componen la respuesta de ansiedad (lucha y huida).
- El sistema nervioso parasimpático: su acción produce efectos opuestos al sistema nervioso simpático. Propicia la desactivación, la recuperación y restauración del organismo. Favorece el almacenamiento y la conservación de la energía. Lo hace a través de la acetilcolina, un neurotransmisor.
Cuando enciendes la alerta dentro de ti, se activa una de las partes del sistema nervioso: el sistema simpático. Es el encargado de activarse cuando el cuerpo entra en estado de estrés, concentrando toda la sangre en las extremidades, haciendo que la respiración se acelere, que las manos suden, y todo ello para facilitarnos la adaptación a la situación que entendemos como peligrosa. Así, el cuerpo está preparado para luchar o huir. Se trata entonces de un estrés adaptativo y muy necesario.
Una vez pasa el peligro, el sistema nervioso, activa la otra parte que lo compone: el sistema parasimpático, que es el encargado de activar el relax para así volver a reequilibrar.
Se trata de un funcionamiento natural de activación y desactivación. El desequilibrio se produce cuando vivimos muchos picos de estrés y, aunque el cuerpo trabaje para activar el sistema parasimpático, no le da tiempo a relajarse porque el evento estresor sigue activo (ya sea de manera real o en nuestra mente). De esta manera empieza a sucederse un estrés detrás de otro estrés agotando el sistema nervioso y debilitándolo.
La ansiedad y la amígdala.
La amígdala está situada en el sistema límbico, una parte primitiva del cerebro, y es la que procesa toda la información que recibimos de los sentidos ante una posible amenaza y decide si es peligrosa o no.
Cuando considera que si lo es, manda un mensaje a otra parte del cerebro llamada hipotálamo. Este es el encargado de regular el sueño, el sexo y la alimentación, factores que se ven afectados cuando tenemos ansiedad.
A continuación, el hipotálamo le manda otro mensaje a la hipófisis y esta lo envía a las glándulas suprarrenales, que dan salida a tres hormonas que se liberan en la sangre y llegan a todo el cuerpo para controlar la respuesta al estrés: la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol.
Las dos primeras, hacen que aumente la concentración de sangre en las extremidades, se dilaten las pupilas, se relajen los músculos gastrointestinales y se eleve la presión arterial, entre otras. Estas dos son de actuación rápida, que llegan las primeras en socorrer al organismo y también son las primeras en retirarse (entre tres y cinco minutos después de que la amenaza haya finalizado)
El cortisol aumenta el nivel de glucosa en sangre para nutrir el organismo, consume las reservas del cuerpo para liberar más energía, y disminuye la respuesta inmunológica con el mismo objetivo. Por su parte, el cortisol tarda más en liberarse y se distribuye por el cuerpo si la amenaza perdura en el tiempo. Y de igual manera que tarda en llegar, tarda en desaparecer. El cortisol se encarga de coger toda la energía que tenemos en el cuerpo y bloquear todo lo que no nos es útil en ese momento, como el sistema reproductivo, el digestivo y el inmunitario, para sobrevivir si o si.
Todas estas funciones hacen que el cuerpo se prepare para atacar, luchar contra la amenaza o huir.
Pero, ¿realmente nuestras amenazas son amenazas reales?
Se calcula que el 98% de las tareas que nos provocan estrés son cotidianas. Lo que quiere decir, que aunque nuestro sistema haga frente con recursos que nuestros antepasados necesitaban para garantizar estar vivos, a día de hoy, nuestros focos de estrés se circunscriben a conciliar la vida personal y la laboral, asegurar nuestro puesto de trabajo, mantener una relación de pareja, y asuntos similares.
Ansiedad pico o secuestro amigdalar.
El secuestro de la amígdala es un término acuñado por el psicólogo Daniel Goleman, que describe aquellas respuestas emocionales inmediatas y abrumadoras que no son proporcionales al estímulo real.
Esta respuesta irracional tiene que ver con la falta momentánea e inmediata de control emocional porque la amígdala asume el mando en nuestro cerebro.
Habitualmente, la amígdala recibe a través del tálamo una parte de los estímulos recogidos por los órganos sensoriales, mientras que el resto van a parar al neocórtex, el ‘cerebro racional’. Al mismo tiempo, el hipocampo, que realiza funciones relacionadas con la memoria (entre otras) registra la experiencia y la compara con otras previas.
A grandes rasgos, el aspecto clave tiene que ver con las sutiles diferencias en la velocidad de procesamiento entre las tres estructuras, teniendo en cuenta que el neocórtex es la más lenta. Así, si el hipocampo le dice a la amígdala que la experiencia coincide con otra previa de ‘lucha, vuelo o congelación’, la amígdala activa el eje HPA (hipotálico-hipófisis-suprarrenal) y ‘secuestra’ el cerebro racional.
Al ser más lento el neocórtex, todo sucede antes de que éste pueda responder al estímulo, lo que puede llevar a que la persona se quede paralizada o, en casos más extremos, que reaccione de forma irracional o descontrolada. Esto puede suceder en situaciones extremas de miedo, ira u otras emociones abrumadoras en las que no somos capaces de reaccionar o lo hacemos de forma desmedida.
La respuesta emocional «puede tomar el control del resto del cerebro en milisegundos si está amenazada”
Bibliografía
Cases, F., & Teller, S. (2021). El cerebro de la gente feliz: supera la ansiedad con ayuda de la neurociencia. Grijalbo.
Eifert, G. H., & Forsyth, J. P. (2014). La terapia de aceptación y compromiso para trastornos de ansiedad: guía de intervención terapeútica mediante estrategias de cambio de conducta basadas en la consciencia plena, la aceptación y los valores. Mensajero.
Gemma Balaguer Fort . Clínica de la Ansiedad. Barcelona y Madrid. Psicólogos especialistas en el tratamiento de la ansiedad.
Ramos, J.M., Rodríguez, A., Sánchez, E. y Mena, A. (2018) Fusión cognitiva en trastornos de la personalidad: una contribución a la investigación sobre mecanismos de cambio. Clínica y Salud.