¿Sabes la de veces que he escrito el título y he buscado un eufemismo de «estar mal»?
Está bien no estar bien.
No está mal no estar bien.
Y mil etc.
¿Por qué?
¿Por qué tanto miedo de expresar que se está en una mala racha, en un mal día o en un mal momento?
Pienso en lo fácil que es evitar conectar con el dolor, quizás porque habla tanto de nosotras mismas que somos incapaces de sostenerlo. Habla de nuestra vulnerabilidad. De esos momentos que estamos blanditas, permeables. Y uff, ¡qué miedo!
Sentirnos autosuficientes, completas y capaces de todo todo el tiempo, con habilidad para cubrir todas las necesidades. Cómo nos gusta subirnos a ese carro. Y qué bueno cuando es así.
Pero ¿Y cuando no?
Listas de tareas, complicaciones absurdas, justificaciones intermitentes. Corrientes de rumiaciones constantes que impiden conectar y ver desde ahí lo que hay delante.
¿Te suena?
A mí sí.
Hace unos días me llegaron unas palabras que quiero compartir:
“El ser humano es una casa de huéspedes.
Cada mañana un nuevo recién llegado.
Una alegría, una tristeza, una maldad.
Cierta conciencia momentánea llega
como un visitante inesperado.
¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!
Incluso si fueran una muchedumbre de lamentos,
que vacían tu casa con violencia.
Aún así, trata a cada huésped con honor.
Puede estar creándote el espacio,
para un nuevo deleite.
Al pensamiento oscuro, a la vergüenza, a la malicia,
Recíbelos en la puerta riendo
e invítalos a entrar.
Sé agradecido con quien quiera que venga.
Porque cada uno ha sido enviado
como un guía del más allá”
Rumi
Abrirse al dolor es abrirse a una misma. A todas las posibilidades. Es entregarse a lo desagradable. A sanar a una y a todas y todos.
Afrontar que tenemos dolor, nos sentimos mal y visibilizar la variabilidad en las emociones es salud.
Las líneas rectas para los cuadernos: estar vivas implica sentir variaciones en nuestro estado de ánimo. Y bienvenidas sean.