Escribo estas palabras para todos aquellos momentos en los que la incredulidad me viste por completo y no me permite entender lo que está pasando ni para qué. Escribo para todos los yoes, sean míos o de quién sean, que a veces se aferran a no entender. Les escribo con compasión y les digo: confiad.

En la tradición budista se habla del sufrimiento como algo natural. Y necesario. Aquello que no entendemos, porque escapa a nuestra expectativa o deseo, nos causa sufrimiento. Todo lo que no es como nosotros esperamos, nos genera desazón. Y mucho más si en el eneagrama ocupas la casilla del «uno» y tienes una idea fija sobre cómo deben ser las cosas y cualquier desvío te supone un derroche de frustración y hasta de ira.
Según Gerardo Schmedling, la diferencia entre lo que queremos y lo que necesitamos, es que lo que necesitamos es lo que tenemos. Y lo que queremos es lo que no tenemos. Por definición, aquello que tenemos en frente es lo que necesitamos, pero que no necesariamente nos hace dichosos en el corto plazo. Pero lo necesitamos para poder aprender y evolucionar. Otra cosa es lo que queremos, que es lo que nos hace desdichados porque no lo tenemos. Y sufrimos. Sufrimos porque queremos algo que no tenemos. Y eso nos oculta todo lo que si tenemos y es lo que realmente necesitamos ahora. Aunque no lo entendamos.
Algo que me cuesta mucho entender es esto. Tenemos lo que necesitamos, en tiempo y forma. De manera perfecta. Las glorias, los triunfos y las alegrías. También las penas y los problemas.
Y voy más allá. Todo lo que tenemos es proporcional a nuestra capacidad de vivirlo y transitarlo. La vida nos da experiencias del tamaño de nuestra capacidad de superarlas. Y no creo que sea casualidad.
A los animales por ejemplo, esto les es indiferente. Su capacidad de vivir en el presente no les hace cuestionarse el motivo de las penalidades. La corteza cerebral no les da para victimizarse ni el sistema límbico (aquellos que tienen) para desfallecer. Simplemente, cuando algo les va mal, sienten dolor. Y cuando su fuente de dolor se acaba, se acaba. No se tiran semanas y semanas rumiando sobre lo que pasó y no debía haber pasado. Ni elucubran hipótesis alternativas que explican lo sucedido. Ni siquiera le dan vueltas a lo malo que fue. Viven en el presente con todo lo que ello supone.
Los animales no tienen toda esa parte mental que los humanos tenemos. Esa es una de nuestras grandes diferencias. Efectivamente, no solo nos acarrea problemas. La necesitamos para racionalizar, pensar de manera lógica y a fin de cuentas, sobrevivir.
A sabiendas de nuestra forma de funcionar como seres humanos, quiero aprovechar ese sustento mental que nos regala la naturaleza. Quiero racionalizar esto. Quiero guardarlo en mi memoria. En todos los bucles de memoria que existen, en todas las carpetas, en todos los cajones. Ya sabéis que existe la memoria de reconocimiento y la memoria libre. La de reconocimiento es aquella en la que cuando te dicen algo o ves algo, de manera inmediata lo relacionas con tu conocimiento…y de tu psique emana un «Ah, esto ya lo sabía». Y por otro lado tenemos la memoria de recuerdo libre, que es la que almacena conocimiento y lo tiene disponible. No necesita verlo fuera para acordarse de que lo sabe. Pues ahí lo quiero tener yo. En la memoria libre: CONFÍA, TIENE SENTIDO.
No lo digo yo. Corrientes filosóficas como el taoismo, nos invitan a confiar en la naturaleza y en sus ciclos. A tener una actitud de aceptación y confianza ante lo que es.
Evidentemente, esta reflexión en esta fecha no es fruto de la casualidad. Cerrar el año supone echar la vista atrás y ver en retrospectiva todo lo sucedido. Además, este 2020, a mí me ha servido para mirar a todo mi pasado, organizarlo un poquito, colocarme en él de nuevo con los aprendizajes de después y avanzar desde ahí. Intentando poner una pizca de amor en todo ello.

Dicen que un buen hijo es como un buen libro, y que debe integrar una tesis, una antítesis y su síntesis. También nos lo dijo Hegel. Yo me considero hija de la vida, y me encuentro en constante caminar en las distintas fases. Lo explico. Tesis porque cuando naces y creces, repites de manera análoga o intuitiva lo que tienes delante. Imitas comportamientos de quién idealizas, que normalmente son tu familia de origen y el contexto cercano. Después en la adolescencia eres antítesis. Te opones radicalmente a todo lo que te ha tocado vivir por herencia, sistema o cultura. Lo destruyes todo desde el no querer pertenecer a eso. Después, cuando ya lo has roto todo… Llega la síntesis. Recoges los pedacitos de todo lo que un día desechaste. Vuelves a tus raíces, a lo que la vida te ha dado. Te reconcilias con tu familia de origen, tu historia, tus acompañantes, tus pérdidas. Te reconcilias con lo que te tocó vivir y creas tu propia visión particular de los hechos. Sin querer que todo lo anterior fuese diferente en lo más mínimo, aunque con una brújula interior que marca en una dirección concreta. Tu corazón.

Hoy me he puesto a colocar el único cajón que no ordené en el confinamiento. Me he encontrado con mis fichas de perros y gatos. Fueron el primer material con el que daba rienda suelta al amor infinito que siento ante los animales. Y las fotos que sacaba a mis conejos para que me las publicarán en Pelopicopata. Todavía tengo guardada la carta que escribí y nunca envíe. Me he encontrado con mi carpeta de mapas, que me encantaba estudiar y memorizar. Las carpetas con las que jugaba a ser profesora. He encontrado los libros del colegio e instituto donde a veces publicaban algunos poemas que escribía. He encontrado cartas de viejos conocidos, fotos de mi historia, objetos que guardaba porque simbolizaban vete tú a saber qué cosa. Me he encontrado el álbum de fotos que le hice a mi Nancy vestida de comunión. Las fotos de las navidades cuando mi familia era muy numerosa y yo hacía la carta de nochebuena y me inventaba obras de teatros para todos. Y me he encontrado a mi. A mí yo de muchos entonces, viviendo todas esas cosas sin saber que se acabarían y que un día serian recuerdos. A mí yo de mis muchos momentos que se quiso deshacer de todo eso porque recordar quemaba.
También me he acordado de todos los años que he renegado de mi misma. De todas las veces que he intentado silenciar el amor a los animales para no parecer que me salía del tiesto, o les he tratado de una forma que ahora no puedo concebir para ser más «como los demás». Me he acordado de los años que me he pasado enfadada con mi faceta más estudiosa y los libros que me he dejado por leer. De las veces que he querido tapar la ilusión desmedida que siento por algunos eventos o lo mucho que me gusta querer a los demás. He intentado muchas veces no ser yo. Y eso me ha enternecido.

Y me ha hecho encontrarme conmigo también. A mí yo que ha sufrido sin entender porqué a veces las etapas, las relaciones y hasta las personas se acaban. A mí yo que ha evitado ser ella misma para evitar el dolor. Y me ha emocionado, porque lo he entendido. Era necesario.
Entonces… Una vocecita muy tierna y compasiva, me ha dicho: «confía, todo se te va a dar con facilidad».
Joan Garriga dice que para vivir en el alma, tenemos que amar lo que es, lo que son y lo que somos. Y por un momento, lo he entendido.
Doy gracias a la vida por todo lo que me ha tocado vivir, aunque muchas veces no lo haya entendido. Y le agradezco las sorpresas.
Todo lo que sucede, conviene.

Vamos a por el 2021 con ganas de más, y siempre mejor.