Desde una perspectiva eudaimónica, la búsqueda del sentido se erige como tema principal para sentir bienestar en nuestras vidas. Si queremos sentirnos satisfechos, necesitamos dotar de sentido, significado y propósito a nuestro caminar.
Y no nos hace falta rebuscar demasiado entre la numerosa bibliografía sobre este tema. La búsqueda del sentido de vida es algo que tenemos normalmente muy encima de la mesa, tanto en pequeñas decisiones del día a día, como en épocas de tormento donde debemos elegir cuestiones realmente relevantes en nuestra vida. No todo son malas noticias: también está presente en el regocijo de sentirnos bien alineados y conectados con nuestro significado.
Está bien como punto de partida diferenciar entre dos términos: sentido de vida y propósito de vida.

Si bien el sentido de vida se relaciona con el sentimiento global de estar conectado con todo y todos a través de ciertos temas centrales, de dotar de significado a las experiencias cotidianas de acuerdo a un sentido general, el propósito de vida tiene más que ver con las metas y objetivos concretos que te propones para poner en práctica ese sentido de vida. Martín Seligman ha sido uno de los grandes parteros de esta idea.
Por ejemplo, una persona puede tener un sentido de vida muy ligado al animalismo, y que en su propósito de vida lo materialice en ser veterinaria, cuidar de los animales que se vaya encontrando a lo largo de su vida, ser un ejemplo en cuanto al trato de animales de manera transversal en su vida y de forma esporádica colaborar como voluntaria en un santuario animal. Quizás otra persona que comparta ese sentido de vida vinculado con el bienestar animal, es activista en un grupo antiespecista, se dedica de forma profesional al marketing y periodismo sobre cultura vegana y tiene en su casa su pequeño refugio de animales. El sentido de vida es un mapa amplio que dota de significado la vida de la persona, y el propósito se refiere a aquellas metas y objetivos que cada persona, se marca para si a la luz de su propio sentido de vida.
Ahondando un poquito más en cada aspecto…
Sentido de vida. Allá vamos…
El sentido de vida lo podemos entender como ese latido interno hacia ciertos temas. Esas pasiones que nos mueven de forma irrefrenable. Es el pulso que toma la vida, la naturaleza, el universo, el cosmos a través de nosotros mismos.
Entendernos separados de lo demás, sería una visión demasiado egoica y antropocentrista. El ser humano es una pieza más dentro del entramado que tiene la naturaleza en su expansión. Formamos parte de una red que utiliza la naturaleza y por ende somos parte de ella. Somos tierra, agua, aire, fuego y quizás hasta éter. Nacemos de una semilla, que como todas las demás, se nutre y alimenta de una manera muy sofisticada y en unos medios muy específicos, y traemos al mundo nuevas semillas. Estás últimas son a mi entender nuestro sentido de vida. Son los frutos personales que podemos ofrecer al mundo. Y que a su vez, son semillas para otros seres y entidades.

El sentido de vida tiene que ver con el Alma, con esos campos de resonancia internos y compartidos que nos conectan con el gran misterio. En palabras de Joan Garriga, podemos diferenciar dos Almas. Un Alma gregaria, de la que formamos parte porque somos mamíferos, relacionales y necesitados. Y un Gran Alma, una fuerza trascendente y consciencia mayor que nos alumbra para entender el misterio y lo que la vida nos ofrece, sugiere y exige.
Algunos de los temas principales para el sentido de vida de algunas personas son el arte, el ecologismo, la familia, la política, la naturaleza… Y un sinfín de ellos. Todos tienen algo en común, son temas que nos unen, nos conectan a los unos con los otros, parten de hacernos nadie y todos y todo al mismo tiempo.

El sentido de vida nos permite no solo vivir nuestra vida, sino ser vividos por la propia vida.
¿Y qué hay que hacer para entender nuestros sentido de vida?
Nada. Realmente nada hay por hacer, todo está en ser. Muchos de los problemas que tenemos en nuestro día a día se relacionan con esta distinción. Nuestra mente encuentra dos plataformas para realizarse: el modo hacer y el modo ser. Yo lo aprendí de la mano y lectura de Javier García Campayo y Mayte Navarro. Efectivamente las dos son imprescindibles. Si quiero realizar una receta, tengo que ponerme en modo hacer. Buscar los ingredientes, comprarlos, prepararlos, cocinarlos, ponerlos bonitos y luego comerlos. Sin embargo, si quiero estar en paz, tengo que tener momentos de conectar con mi ser, con mi fuente interna de regocijo, y desde ahí, estar y sentir.
Para poder localizar el sentido de vida, tengo que haber aprendido a ser. Si si, aprendido. Algo tan animal como «sentir y fluir» a los humanos nos requiere de aprendizaje. Un volver a los orígenes a través de metodologías de aprendizaje. Un regresar a nosotros mismos, desde lo que somos, sentimos y nos mueve.
Y hablando de regresar, también nos puede servir para localizar nuestro sentido de vida. Borja Vilaseca lo explica muy bien. De niños, venimos al mundo con mucha más claridad de esos temas-motor que nos mueven e impulsan hacia la satisfacción personal. Después, toda esa etapa de inocencia la llenamos de información y nos llenamos de ignorancia. Por eso es importante regresar. Para retomar esos pequeños brotes de sabiduría que comenzamos a plantar siendo niños y niñas y que quizás hoy nos sirvan como punto de partida para seguir urdiendo nuestro genuino plan de vida.
¡Y ahora vamos a por el propósito!
Bajo el paraguas del sentido de vida, encontramos el propósito. O los propósitos.
Y aquí quiero hacer mención a la flexibilidad. Los propósitos nos permiten poder acercarnos de muchas formas a nuestro sentido de vida y así no frustrarnos en el intento. Por ejemplo, si en mi sentido de vida está el ayudar a los otros, yo puedo realizarlo siendo bien profesora o recepcionista. El sentido lo materializas en cosas concretas y le das los matices imprescindibles para que así sea. Lo eliges tú.
Y por otra parte, los propósitos no son estancos. Transitamos diferentes propósitos a lo largo de nuestra vida, sus etapas y desafíos. Seguramente si te preguntan ahora por tus propósitos, metas u objetivos, serán muy diferentes a los que tenías hace una década.
El propósito de vida se puede desarrollar de muchas formas.
Muchas veces nos centramos únicamente en nuestro desempeño laboral. Y no me extraña, porque actualmente le dedicamos más de un tercio de las horas de cada día. Más allá de la inversión el tiempo: el trabajo es realmente importante en nuestro plan de vida, y que esté en consonancia con nuestro sentido de vida general es crucial para nuestra satisfacción. Si el trabajo que desempeño, va en contra de los temas que yo manejo en mi ideología, pues efectivamente será un sumidero de energía. Por ejemplo, si soy una persona con una consciencia ecológica muy desarrollada y trabajo en una empresa que promueve el despilfarro de energía en sus servicios, claramente me voy a sentir mal. O si soy una persona que cree que en el amor y buenos tratos en las relaciones, y mi clima laboral se parece más al Guernica que el propio cuadro, pues malamente. Tener un trabajo que vaya en consonancia contigo mismo, es esencial.

Pero claro, es muy difícil urdir un entramado laboral que sea semejante a tus expresiones internas. Cada cual tiene las suyas. Visto de este modo, la única solución sería… ¿Emprender?
Bueno, no es necesario. Quién quiera, pueda y tenga el gusto, genial. Quién no, puede ser intraemprendedor dentro de su propio puesto de trabajo. Y crear desde su quehacer diario una forma que sea propia y a su propia medida. El paradigma del jefe que exige tareas y que oprime está cada vez más obsoleto. El nuevo paradigma laboral en el que estamos empezando a andar requiere que cada uno tenga su propia marca personal y que desde su propia identidad, trabaje. Esto es una magnífica oportunidad para poner al servicio tu trabajo a tu propósito de vida y no al contrario.
Una herramienta realmente útil para alinear nuestro propósito laboral con el sentido de vida es el Ikigai.
Como decía, el trabajo no lo es todo. ¡Menos mal! Cuántas personas tienen que trabajar en ocupaciones que no les representan, en organizaciones con ideologías contrarias o personas que ni siquiera pueden trabajar.
Los propósitos de vida también se pueden tejer desde, por ejemplo, tus planes de ocio. Hacer cosas en tu tiempo libre que te conecten con esas fuentes de riqueza de las que hablábamos antes. Desde hacer un voluntariado, planes como ir a la montaña o quedar a hablar con tus amigos.
También en tus relaciones: Tratar a las personas de acuerdo a tus propias normas, acorde con tu sentido. ¡Qué importante es esto! ¡Y cuanto sufrimiento cuando tratamos de una forma que consideramos impropia! Suerte que existe el pedir disculpas y reconducir nuestro comportamiento.

Y sobre todo, en tu curiosa y auténtica forma de ser, allá donde quiera que vayas. Esa firma de identidad en cada cosa que haces que te define, identifica y te permite expresar lo que crees acerca de ti y el mundo. Realmente cada movimiento que hacemos es una maravillosa oportunidad para desarrollar algún propósito.
En definitiva, que nuestro día a día, las pequeñas acciones, las sutilezas, nuestros hábitos, estén alineados y conectados con lo que consideramos importante, valioso y le de sentido a nuestras vidas, son fuentes inagotables de bienestar.
Una vez más, conocerte y abrirte espacio a través de las casuísticas que la vida te pone delante, es una maravillosa forma de conectar con la felicidad, dejar que se cuele en cada poro de tu piel y te recorra por todo tu torrente sanguíneo.
¡Ojalá y encuentres aquello que te hace permeable a la felicidad!
