Solita conmigo

Hoy es la primera vez que acudo a un concierto sola. Bueno…¿sola? Conmigo misma. Así me suena más real.

Sentada en la silla sentía un revoltijo en la tripa, entre nervios e ilusión. Nunca me había imaginado poder haber hecho esto. Un concierto es una esfera social en el que lo estándar es venir con tus amigas, tus amigos, tu pareja…en fin: acompañada. Atravesar este escenario sin otra compañía que la mía, se teñía en mi imaginación de tristeza y soledad. Me lo habría imaginado así. Pero para mi sorpresa y esperanza, no ha sido de esa manera.

Me he sentido fuerte, anclada a mí misma. Orgullosa por atender a mis necesidades y apetencias sin necesitar la compañía de otras personas. No volcar sobre el papel de pareja el de acompañante a eventos que a mí me apetecen. No implicar a mis amigos necesariamente en mis planes. No necesitar esa figura para poder disfrutar de las actividades que a mí me gustan. Eso me hace sentir muy fuerte. Y no porque pueda «sola» con todo. No lo digo desde la arrogancia de quien no necesita a nadie, porque no es así. No es desde una coraza que cubre la vulnerabilidad. Todo lo contrario, lo digo haciéndome cargo de mi propia vulnerabilidad y sobre todo, de mis deseos.

Ha sido curioso, no te voy a mentir. En la espera de la fila y de las butacas me he encontrado husmeando conversaciones ajenas. Y riéndome de chistes y chascarrillos de otros. Y en el fondo es igual que si hubiesen sido de mi círculo. Me pregunto cuánto de parecidos son todos los círculos, y cómo de similares somos todos nosotros en definitiva.

Recogiendo lo que esto significa para mí, me doy cuenta de que esto ha sido un triunfo. Ir allí, ponerme guapa para mí. Los nervios de una cita conmigo. Respirar y tener lo que necesito ahora: a mí. Y exponer eso en un contexto social tan abierto.

Se trata de un hito dentro de la historia de mi crecimiento personal.

Ir a este concierto me ha hecho experimentar en el cuerpo que soy la persona más importante de mi vida y que la mejor compañía que puedo experimentar es la mía propia. Son cosas que pienso y me digo, pero vivirlas y llevarlas a cabo se tornan diferente. Y además, todo ello sabiendo que no desmerece la presencia y compañía de los otros, a quienes valoro y disfruto en cantidad.

No he ido sola, he ido conmigo. Y eso me hace estar en calma y alegría. Sostengo desde mi adulta a la niña entusiasmada por escuchar música en directo y estar en un concierto que mola un montón. Disfruto desde mi niña estar con mi adulta, que me da lo que necesito y me cuida.

Estar allí me hacía desplegar mi pompa de seguridad donde nadie me puede dañar, donde nadie tiene espacio salvo yo misma. Y tener una pompa tan justita como tener gente en mis 360º me hace recordar que he crecido tanto que no necesito aislarme para estar protegida. Me cuido, me protejo y disfruto en ambientes abiertos rodeada de otra gente. No me asusta que me vean sola, no me asusta sentirme juzgada. Dentro de mi se siente paz y seguridad.

He leído muchas veces que justo por el roto de cada uno es por donde se cuela la verdadera luz de su vida. Y no lo entendía: ahora sí.

Gracias soledad. Porque me has hecho sufrir lo indecible. Y gracias también porque me has enseñado el camino por el que puedo hacerme cargo de mí misma y abrirme a disfrutar. Conmigo y también con los demás.

Os dejo una canción que he escuchado en el concierto de hoy:

Hoy he ido a un concierto. He ido sin nadie más. He disfrutado a rabiar. Estoy orgullosa.

Sonia Garijo - Cartas espejo

¿Te apetece un punto de encuentro más cercano?

Una vez al mes me asomo a la ventana y te muestro mis procesos más humanos, sensibles y vulnerables.